SAMARIA

15 – SAMARIA



Como veis, cambia el paisaje. Montes bajos, relieve más abrupto excavado por los “wadis” (corrientes de agua temporales que solo llevan agua cuando llueve), matorrales secos, olivos y almendros.

Se acabaron los plátanos y los mangos de Galilea.

Nos adentramos en una zona muy poco turística. Solo los aventureros se introducen aquí. No por el peligro, sino porque es zona palestina (Cisjordania) y no cuentan con los recursos económicos de Israel.

Obviamente, hemos de pasar un “check point”, una frontera, pues dejamos Israel y necesitamos pasaporte (bueno, llevarlo encima porque muchas veces ni lo piden).

Aquí no decimos “Shalom” sino “salam alaykum” Son dos saludos para desear PAZ a la persona que se saluda. 

COMO LLEGAR:



LEEMOS:   San Juan (Jn. 4, 5-42)

Llegó así a un pueblo de Samaria que se llamaba Sicar, cerca del terreno que dio Jacob a su hijo José; estaba allí el manantial de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se quedó, sin más, sentado en el manantial. Era alrededor de la hora sexta. Llegó una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos se habían marchado al pueblo a comprar provisiones. Le dice entonces la mujer samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos).

Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y te daría agua viva”. Le dice la mujer: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar el agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados?” Le contestó Jesús: “Todo el que bebe agua de esta volverá a tener sed; en cambio, el que haya bebido el agua que yo voy a darle, nunca más tendrá sed; no, el agua que yo voy a darle se le convertirá dentro en un manantial de agua que salta dando vida definitiva”. Le dice la mujer: “Señor, dame agua de ésa; así no tendré más sed ni vendré aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Le dijo Jesús: “Has dicho muy bien que no tienes marido; porque maridos has tenido cinco, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que tú eres profeta. Nuestros padres celebraron el culto en este monte; en cambio, vosotros decís que el lugar donde hay que celebrarlo está en Jerusalén”.

Jesús le dijo: “Créeme, mujer: Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos; la prueba es que la salvación proviene de los judíos; pero se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad, pues el Padre busca hombres que lo adoren así. Dios es Espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y lealtad”. Le dice la mujer: “Sé que va a venir un Mesías (es decir, Ungido); cuando venga él, nos lo explicará todo”. Le dice Jesús: “Soy yo, el que hablo contigo”. En esto llegaron sus discípulos y se quedaron extrañados de que hablase con una mujer, aunque ninguno le preguntó de qué discutía o de qué hablaba con ella. La mujer dejó su cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías?” Salieron del pueblo y se dirigieron adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis”. Los discípulos comentaban: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Para mí es alimento realizar el designio del que me mandó, dando remate a su obra. ¿No soléis decir vosotros: “cuatro meses y llega la siega”? Mirad lo que os digo: Levantad la vista y contemplad los campos: ya están dorados para la siega. El segador cobra salario reuniendo fruto para una vida definitiva; así se alegran los dos, sembrador y segador. Con todo, en esto tiene razón el refrán, que uno siembra y otro siega: yo os he enviado a segar lo que no os ha costado fatiga; otros se han estado fatigando y vosotros os habéis encontrado con el fruto de su fatiga”. Del pueblo aquel muchos de los samaritanos le dieron su adhesión por lo que les decía la mujer, que declaraba: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Así, cuando llegaron los samaritanos adonde estaba él, le rogaron que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días.

Muchos más creyeron por lo que dijo él, y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú cuentas; nosotros mismos lo hemos estado oyendo y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo”.

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VIDEOS BIBLICOS:

 


   


  


 

RECURSOS: